La mañana resplandecía, el sol brillaba en lo alto y solo unas cuantas nubes se veían a lo largo del cielo, parecía una especie de pintura de alguno de los artistas que habitaban en Verona, los toques de azul mezclados con el blanco sumado a los radiantes toques de amarillo, era un sueño perfectamente traspasado a la realidad.
Había salido a dar una vuelta precisamente por lo lindo del día, no quería quedarme encerrada tras las paredes del teatro, aunque eso era mi trabajo y para ser honesta; mi vida entera, necesitaba de vez en cuando mirar al exterior para perderme entre la pintoresca gente.
Mis pasos me guiaron a la plaza, ese era el punto de encuentro de los enamorados, de los jóvenes que tenían una vida más allá de la que había elegido para mí misma. Mi ropa un tanto escandalosa para la hora del día lograba que las miradas y los cuchicheos descarados se enfocaran en mi, quizá el mundo no estaba preparado aun para un alma moderna y cambiante como lo era yo, me encogí de hombros después de todo jamás lograría agradarle al mundo entero, tenía un público fiel y eso levantaba mi ego lo suficiente como para no necesitar más.
Sonreí de medio lado y tome asiento en una banca al lado de otra persona que parecía sumida en pensamientos distantes.
-Hola –murmure con un asentimiento a manera de saludo y busque dentro de mi bolso de mano uno de los manuscritos de Shakespeare para leerlo, solía tomarlos sin permiso ya que disfrutaba de su manejo excepcional del drama.